La economía global, especialmente desde los turbulentos años posteriores a 2007, ha navegado aguas agitadas. Aquella época marcó el inicio de una de las crisis financieras más profundas desde la Gran Depresión, desatando efectos dominó en los mercados mundiales. Los bancos centrales, en un esfuerzo por mitigar el daño, recurrieron a políticas de expansión monetaria sin precedentes. Japón, por ejemplo, se sumó a esta tendencia, integrándose al panorama global de emisión monetaria abundante.
Las consecuencias de estas decisiones han sido objeto de intenso debate. Por un lado, estas medidas lograron estabilizar mercados y evitar un colapso sistémico inmediato. Por otro, sentaron las bases para nuevos desafíos, incluyendo burbujas especulativas y una mayor desigualdad. Como bien señaló Authors en su famoso comentario de junio del 2009, el crecimiento extraordinario de 2007 parecía, en retrospectiva, más un boom impulsado por la especulación que por fundamentos sólidos.
Chile, al igual que muchas economías emergentes, no fue ajeno a estos vaivenes. La integración de los mercados nacionales con la economía global supuso ventajas en épocas de bonanza, pero también expuso a los países a los riesgos de las tormentas financieras internacionales.
Hoy, mirando en retrospectiva, la lección más valiosa es la necesidad de construir economías más resilientes. Esto implica fortalecer la regulación financiera, fomentar la transparencia y diversificar la estructura productiva para reducir la dependencia de ciclos externos. Aprender de los errores del pasado es fundamental para avanzar hacia un crecimiento sostenible, capaz de resistir futuras tempestades económicas.
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