El término “acoplados” ha ganado relevancia en la discusión económica global, especialmente tras las grandes crisis financieras de las últimas décadas. Se refiere a cómo las economías de distintos países tienden a moverse juntas, compartiendo riesgos y beneficios a través de mercados globalizados, cadenas de valor y flujos financieros internacionales.
Esta interdependencia, aunque genera oportunidades de crecimiento conjunto, también implica que las crisis de un país o región pueden extenderse con rapidez a otros mercados. La crisis financiera de 2008 es un ejemplo claro: lo que comenzó en el sector hipotecario de Estados Unidos terminó afectando a bancos, gobiernos y empresas de todo el mundo, arrastrando a las economías “acopladas” a una profunda recesión.
En el análisis de este fenómeno, algunos expertos han señalado que el comportamiento de los grandes bancos centrales –particularmente en los países desarrollados– ha alimentado una especie de ilusión colectiva sobre la estabilidad financiera. Como lo expresó un artículo del Financial Times, hemos vivido “el más grande cuento del tío jamás contado”: la creencia de que la expansión monetaria y las políticas de bajo interés podían sostenerse indefinidamente sin consecuencias graves.
El desafío, entonces, para las economías “acopladas” como las latinoamericanas, es fortalecer su resiliencia interna: diversificar exportaciones, mejorar la regulación financiera y construir capacidades productivas locales. Solo así podrán navegar los vaivenes globales con mayor autonomía y aprovechar los beneficios de la integración, sin quedar atrapados en las trampas del “cuento del tío” financiero.
