El auge de Sandton, en Johannesburgo, como epicentro financiero y tecnológico de África, ofrece una ventana privilegiada para comprender los procesos de concentración económica y de desigualdad urbana que caracterizan al capitalismo global contemporáneo. En apenas tres décadas, este antiguo suburbio residencial se transformó en el kilómetro cuadrado más rico del continente: un enclave de bancos, corporaciones multinacionales, fondos de inversión y, más recientemente, empresas de tecnología y desarrollo digital.
Más allá de su apariencia de modernidad y éxito, Sandton encarna tensiones profundas entre el crecimiento económico, la inclusión social y la sostenibilidad urbana. Analizar este distrito desde una perspectiva económica y de políticas públicas —como propone este portal— permite reflexionar sobre el tipo de desarrollo que se está consolidando en el sur global.
De Suburbio a Distrito Financiero
La historia de Sandton está inseparable de la transición económica sudafricana. Tras el fin del apartheid, la liberalización financiera y la apertura al capital extranjero desplazaron el centro de gravedad económico desde el viejo downtown de Johannesburgo hacia el norte, donde se levantó Sandton City. Con una infraestructura moderna, una mayor seguridad y una imagen globalizada, el nuevo distrito ofrecía el entorno ideal para las empresas multinacionales que buscaban operar en África con estándares internacionales.
Lo que siguió fue una explosión inmobiliaria financiada por grandes grupos privados y sostenida, en buena medida, por la inversión pública en transporte y servicios urbanos. La construcción del Gautrain —el tren rápido que conecta el aeropuerto internacional con Sandton— simboliza esa apuesta: una infraestructura pública al servicio del capital privado.
La Segunda Ola: la Economía Digital
En la última década, Sandton ha experimentado una nueva ola de transformación. La expansión de los servicios financieros digitales, el crecimiento del comercio electrónico y el surgimiento de startups tecnológicas con proyección africana han convertido al distrito en un polo de innovación. Compañías de aplicaciones móviles, fintechs y desarrolladores de software se instalan en los mismos edificios donde operan los grandes bancos, consolidando una convergencia entre finanzas y tecnología que define la nueva economía digital.
Este fenómeno no es exclusivo de Sudáfrica. En ciudades como São Paulo, Santiago o Nairobi, la geografía del capital digital reproduce los patrones de concentración del capital financiero. La digitalización no descentraliza el poder económico: lo reubica en nuevos nodos urbanos altamente conectados y excluyentes.
Concentración y Desigualdad Urbana
El éxito de Sandton contrasta con la persistencia de la pobreza en los municipios periféricos del Gran Johannesburgo. Mientras los rascacielos del distrito concentran capital y talento, vastas zonas del sur y el oeste urbano carecen de inversión, infraestructura y oportunidades laborales. La distancia entre el “centro” y la periferia no es solo geográfica: es estructural.
Los empleos creados por la economía digital son altamente calificados y relativamente escasos. Las empresas tecnológicas generan menos puestos por unidad de capital que las manufacturas o los servicios tradicionales. Así, la transición hacia una economía basada en la información tiende a aumentar la desigualdad de ingresos y a reforzar la dualidad urbana: una élite digital integrada a los flujos globales y una mayoría marginada de ese circuito.
Estado, Infraestructura y Política Pública
El papel del Estado en este proceso merece atención. Sin inversión pública en transporte, energía y telecomunicaciones, el auge de Sandton no habría sido posible. Sin embargo, la captación de esa inversión por parte del sector privado plantea interrogantes sobre la equidad y la planificación. ¿Debe el gasto público priorizarse en las zonas de alto valor inmobiliario? ¿Cómo redistribuir los beneficios de ese crecimiento hacia los sectores populares?
La respuesta exige repensar la planificación urbana desde una lógica de inclusión. La infraestructura digital —fibra óptica, redes 5G, servicios en la nube— debe concebirse como un bien público, no solo como una ventaja competitiva para las corporaciones. Una política industrial moderna debería vincular la expansión del sector tecnológico con la creación de capacidades productivas y empleo de calidad en toda la economía, no únicamente en enclaves privilegiados.
Lecciones para América Latina
El caso de Sandton ofrece lecciones relevantes para los países latinoamericanos, donde la concentración territorial del crecimiento económico reproduce desigualdades históricas. En Santiago, Lima o Ciudad de México, los nuevos polos tecnológicos se instalan en zonas de alta renta, mientras que los barrios populares quedan al margen de la innovación.
El desafío consiste en diseñar estrategias de desarrollo que combinen competitividad y equidad. Esto implica:
- Planificación territorial inclusiva que impulse la descentralización y el acceso equitativo a la infraestructura.
- Políticas fiscales progresivas que capturen parte de las rentas urbanas derivadas de la valorización del suelo.
- Programas de formación digital para ampliar las oportunidades laborales más allá de las élites profesionales.
- Regulación de la economía de las plataformas, de modo que la innovación tecnológica no erosione derechos laborales ni tributarios.
Conclusión: el Espacio como Economía Política
Sandton no es solo un distrito financiero; es una metáfora del capitalismo contemporáneo: concentrado, digital, dependiente del Estado y profundamente desigual. Su brillo corporativo oculta una realidad más compleja donde el crecimiento se mide en metros cuadrados y no en bienestar social.
Para las economías del sur global, el reto no es imitar a Sandton, sino aprender de sus contradicciones. El desarrollo sostenible no puede limitarse a la creación de enclaves de prosperidad rodeados de precariedad. Requiere políticas públicas que redistribuyan el valor, integren los territorios y democratizan la innovación.
Solo así la revolución digital podrá convertirse en un motor de justicia social y no en una nueva frontera de exclusión.
