En las últimas décadas, Chile y el mundo han visto cómo las grandes utopías sociales y políticas han ido perdiendo fuerza en la conversación pública. El “fin de las utopías” no es solo una frase: representa el desencanto de una generación que vio caer proyectos históricos, desde el socialismo hasta el liberalismo radical, en medio de crisis económicas, cambios culturales y una globalización implacable.
Durante el siglo XX, las utopías funcionaron como motores de transformación. Inspiraron luchas por la justicia, la igualdad y los derechos sociales. Sin embargo, el paso del tiempo, los errores del pasado y la presión de los mercados internacionales han hecho que hoy las promesas de un mundo mejor suenen distantes, casi ingenuas para algunos.
¿Significa esto que debemos dejar de soñar? No necesariamente. La experiencia chilena demuestra que, aunque las grandes narrativas pueden caer, siempre hay espacio para proyectos renovados. Hoy, más que nunca, la ciudadanía busca soluciones prácticas, pero sin renunciar a la idea de una sociedad más justa e inclusiva. Tal vez no se trate de volver a los grandes relatos, sino de repensar el futuro desde lo cotidiano, con sentido crítico y realismo, pero sin perder la esperanza.
El debate sigue abierto. Chile está en un momento donde se cuestiona el pasado, pero también se construyen nuevas alternativas. El desafío está en equilibrar pragmatismo y sueños, entendiendo que las utopías pueden cambiar de forma, pero siguen siendo necesarias para avanzar.
